¿Por qué cada vez somos más dueños de nada?

En 1936 Walter Benjamin escribió sobre la reproducción tecnológica de los objetos artísticos, las obras de arte. Argumentaba que su aquí y ahora, su autenticidad, su aura, es decir, lo que las hace únicas, quedaba amenazado por la precisa multiplicación técnica 1. Todo el mundo podía poseer a la Mona Lisa, aunque fuera una réplica sin aura.

Casi cien años después, Byun-Chul Han escribe sobre la desaparición de las cosas 2. La posesión de una rocola muy preciada para él, un objeto que disfruta más allá de su valor económico (fuera de su situación mercantil), una cosa que le ayuda a darle sentido a su espacio, le parece un vestigio de otra época. Como hoy la música se consume como información digital y no como objeto analógico, la música, igual que casi todas las cosas, se ha vuelto una no-cosa.

En la preparatoria tenía una maestra que me dio clases de economía, y solía decir (con la imponente seguridad de su ignorancia) cosas como «con el comunismo tienes que compartir hasta tu lápiz labial, tu casa, tu cama, ¡imagínense!». Estas expresiones reflejan el miedo que la propaganda anti-comunista de la guerra fría buscaba inculcar en los países capitalistas o neutrales. En realidad Marx siempre distinguió entre propiedad privada y propiedad personal, y no estaba interesado en esta última.

Irónicamente, el capitalismo post-industrial de alta tecnología sí ha estado interesado en desaparecer la propiedad personal, o por lo menos apropiarse de ella en más sentidos de los que cualquier estalinista malvado en siglo XX hubiera imaginado 3. Los libros, discos y películas que antes poblaban las salas de muchas casas, apilados en mesas u organizados en muebles específicos para eso, ahora están accesibles para su consumo, no para su posesión, por una suscripción mensual. La cocina es un espacio opcional cuando puedes pedir comida a domicilio las 24 horas. Los objetos que más valoramos, celulares y pantallas, no tienen valor en tanto objetos, puesto que estamos deseosos de reemplazarlos lo más pronto posible, y con ello hacemos de la obsolescencia percibida 4 algo más rápido y eficaz que la obsolescencia programada.

Las ciudades se quedan sin habitantes permanentes para recibir hordas de «nómadas digitales» a quienes nos les importa establecer relaciones sociales duraderas en un lugar. Estos pobladores flotantes rentan casas «desenraizadas» de su contexto, porque no están hechas para vivir allí 10 años, sino para ofrecer dos semanas de experiencias regionalmente genéricas, y cuyos arrendadores destruyen la sustancia social de las ciudades. Los pobladores dejan de ser propietarios de sus casas. Mi maestra reconocería lo que Airbnb quiere hacer: que todo el mundo busque compartir su casa y su cama, aunque en realidad no hay tal sharing economy. Si pides una renta no estás compartiendo.

Cada vez poseemos menos en un sentido significativo del término. No sólo no poseemos cosas, sino que nuestra propia identidad social se transfiere a los servidores de los grandes tecnócratas digitales: Mi lista de tareas, la despensa del súper, mis opiniones, mis gustos, mis intereses, los de mis amigos y sus amigos, mis datos personales… todo lo donamos, incluso voluntaria y alegremente, como un tributo a esos grandes, carismáticos e innovadores señores de la información, y sus sirvientes, inteligencias humanas y artificiales, para que hagan su magia psicopolítica 5 con nosotros.

Todo esto lo pensé cuando fantaseaba con ser dueño de mi calendario. No es broma. No puedo simplemente sacar mi agenda de un lado para ponerla en otro, siempre hay algún problema de compatibilidad, de exportación o importación de datos, siempre los datos de mis eventos, citas con el médico, vacaciones, no son míos. Sólo accediendo a que un proveedor sea el dueño y dependiendo de su tecnología puedo gestionar mi tiempo. Tal vez alguien reponga: «cómprate una agenda de papel, y unos libros y unos vinilos», como si no lo hubiera pensado ya, y como si ese fuera el punto. El punto es el siguiente: ¿eso es todo? ¿sólo puedo elegir entre no usar tecnología digital o entregarle todo al reino celestial de la computación en la nube? ¿No podemos elegir usar la tecnología y ser al mismo tiempo dueños de nuestras cosas y la información que representa nuestras vidas? quiero poder comprarme un maldito libro digital y prestárselo a un amigo o regalárselo a mi novia, o convertirlo en un archivo de texto plano para re-maquetarlo e imprimir mi propia copia personal. Pero no compro el libro, el libro no es mío, sólo el derecho de leerlo en sus reproductores autorizados. Hoy recordé a mi maestra de la prepa y me dio mucha risa.

Footnotes

  1. Walter Benjamin. La Obra de Arte En La Época de Su Reproductibilidad Técnica. Traducido por Andrés E. Weikert. 1a ed. Ítaca. 2003, véase secs. 2–4.

  2. Byung-Chul Han. No-Cosas: Quiebras Del Mundo de Hoy. Primera edición. Taurus. 2021.

  3. Los estalinistas eran, de hecho, más conocidos por su falta de imaginación, según David Graeber. Fragmentos de antropología anarquista. Traducido por Ámbar Sewell. 2a ed. Virus. Barcelona. 2019, véase p. 22.

  4. Cecilia Montero Mórtola. Bolsas de plástico y lazos sociales. Notas de campo sobre reciclaje. Aposta. Revista de Ciencias Sociales. 2011.

  5. Byung-Chul Han. Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Traducido por Alfredo Berges. Herder (Pensamiento Herder). Barcelona. 2014. a.